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Rama Coomaraswamy: A INVOCAÇÃO DO NOME DE JESUS

(1) Hablar de la plegaria como “contemporánea”, aparte del hecho de que la plegaria se dice en un tiempo dado, es casi una contradicción en los términos —algo así como el eslogan “Cristianismo ateo”. La esencia de la plegaria es, como han dicho S. Juan Damasceno y muchos otros santos, “elevar el alma a Dios”. Así pues, la plegaria se dirige a Dios, quien, al estar presente en el “‘ahora’ sempiterno” (en frase del Maestro Eckart), no es ni antiguo ni moderno, sino esencialmente eterno. Así, como dice S. Hilario de Poitiers: “es un dicho piadoso que el Padre no está limitado por el tiempo”, y el concilio de Anerya afirma: “si alguien dice que el Padre es más antiguo en el tiempo que Su Hijo Unigénito, y que el Hijo es más joven que el Padre, que sea anatema”. Colocar el “corazón” en un tiempo o lugar dados, en una situación histórica específica, es aprisionarle en el flujo y hacerle mutable, puesto que es su naturaleza misma (solíamos decir, gracias a la gracia habitual) buscar lo que es inmutable; escapar de “estos cuidados mortales” de los cuales el tiempo, con su estímulo sucesivo, es una marca característica. Como dice S. Agustín: Dios nos ha creado para Él mismo y “nuestro corazón no puede ser aquietado hasta que encuentra reposo en Él” (Confesiones I). Si la plegaria es comunicar con el Padre (cum-unión), entonces es comunicar con lo que es (ens), con lo increado, y cuando es efectiva, “le eleva a uno fuera del tiempo”. En palabras de Eckhart “el objeto y el sustento del intelecto es la esencia, no lo que es accidental”, y también, “la vida que es, en donde un hombre nace como hijo de Dios, dentro de la vida eterna... es a-temporal, in-extensa, sin aquí ni ahora”.

(2) ¿Qué es esta “alma” que querría participar de la eternidad?. Según la enseñanza Católica “el alma es la parte espiritual del hombre, por la cual vive, comprende, y es libre; de aquí que es capaz de conocer, amar y servir a Dios” (Catecismo de S. Pío X). De aquí se sigue que la plegaria que no participa de conocimiento y amor —correspondiendo el conocimiento al primero y la voluntad al segundo— es difícilmente una plegaria. Santo Tomás nos instruye que “nuestro intelecto, al comprender, se extiende a la infinitud” (Summa. contra gent. l-43); que “la verdad es el bien del intelecto”, (ibid. 1-79); y que “la beatitud del hombre consiste en el conocimiento de Dios” (Quest. disput. de veritate, XX-3 ad 5). El concepto mismo de iluminación implica la instantaneidad. También nos dice que “el amor reside en la voluntad” y que “los movimientos del libre albedrío no son sucesivos, sino instantáneos” (Summa I-II, CXIII, 7). Es así como todo “amante” cree que su amor es eterno, ya se trate de un antiguo Romano o de un letario moderno. Todo acto de amor y de conocimiento es atemporal, aunque su objeto puede variar y ser incluso temporal. Sin embargo, en la plegaria, tanto el objeto como el acto son atemporales, y de aquí que Rumi diga en el Matnawî, “el viaje del alma es incondicionado con respecto al tiempo y al espacio”.

(3) La realidad del eterno presente está ligada también a la acción del Espíritu Santo, cuya operación es inmediata: “y súbitamente bajó un ruido del cielo, como de un viento impetuoso” (Hechos, II, 2). Además, Dios nos ha amado desde la eternidad, y si nosotros decimos que Él nos ama “ahora”, debemos volver nuevamente a Santo Tomás (de Trin., I, 4) donde cita a Boecio con aprobación cuando dice que “Dios es ‘siempre’” (semper) debido que “‘siempre’ es con Él un término de tiempo presente, y hay una gran diferencia entre el ‘ahora’ que es nuestro presente, y (el ‘ahora’ que es) el presente divino; nuestro ahora connota tiempo y sempiternidad cambiantes, mientras que el permanente ‘ahora’ de Dios, inmutable y autosubsistente, constituye la eternidad”.